Ella. Que ansiosa en la primavera de su cuerpo espera florecer, apunta con sus pétalos al sol del verano, que trae las gotas de sudor de la pasión.
Él. Gastando juventud, carroñero de carne débil. Cabeza hueca, pero bravo de hechos. Vive la noche, pero nunca espera al día.
Se enfrentan como olas de mar embravecida, en la playa del momento, beben de sus necesidades, del placer de los dedos surcando centímetros de arena de piel. De bocas que chocan con furia, de cuerpos que se mueven como barcos a la deriva.
Calor. Sudor. Miel. Furia. Pasión. Piernas serpenteando, enredándose, melena esparcida por el colchón, manos rudas exprimiendo placer, gritos ahogados en la almohada, puertas que se abren, mentes llegando al paraíso.
Ella. Sumida en un sueño con los ojos abiertos como las ventanas de su corazón. Consume la vida despacio, como el humo del cigarro, niebla de la habitación, bruma que toma para retenerle unos segundos más.
Él. Cazador furtivo de gemidos, sostiene la conversación lo mismo que duran los escalofríos por su espina dorsal. Tiene prisa por huir, por no ser la presa de un juego que no conoce.
Ella. Bailarina de las esperanza, posa la semilla de las ilusiones en el balcón del anhelo, dejando que los rayos del sol acunen ese pequeño rincón en el que solo llueve cuando él no regresa.
Ella. Cada día apartando las cortinas de la indecisión, regando la pequeña flor con lágrimas de utópicos e irracionales "volverá", alimentándola de mentiras y furtivos suspiros de desesperación, consigue combatiendo contra tormentas de sinceridad mantener a su pequeña reliquia de quimeras.
Las hojas caen y con ellas, el otoño, soplando vientos de frío en la habitación, en el pequeño rincón, donde también caen los pétalos que procuró mantener pegados con sobredosis de llamadas forzadas y encuentros desafortunados.
Ella. Que sigue abrazando las migajas que se vuelven polvo, que dibuja nubes y soles cuando el papel es negro y los días de tonos tristes y lluviosos, construyen una cueva de paja y tierra donde guarecer los trozos que él va desperdiciando por el suelo.
Él. Que no entiende de sentimientos, que no quiere jugar al amor, que sólo sabe de deseos y no atiende a la razón. Ciego del dolor, sus ojos ya divisan la siguiente presa que sus dientes degustarán.
Ella. Que siente el frío y los copos cayendo sobre su balcón, que no quiere manta, que prefiere el consuelo de su fantasía, no entiende de inviernos eternos en los que perseguir un fantasma te deja enterrada bajo la nieve.
Ella, que sola sigue frente a la ventana, esperando con las lágrimas que vuelva el verano, con la vuelta del cazador y de su corazón robado, mantiene la sonrisa mientras vuelve la primavera y ella está marchita, sin color, esperando, esperando sola, esperando para siempre.
A la espera, la lluvia sigue mojando los cristales de la ventana de su vida.
Fotografía: Lurdes Merino
Enorme el texto, me ha encantado, enhorabuena.
ResponderEliminarJo, gracias :___
EliminarPrecioso
ResponderEliminarUn revés a las diferencias y a la compatibilidad de piel a piel. Excelente.
ResponderEliminar